Para tener en cuenta:
Nos han enseñado que la oración y la alabanza a Dios debe tener cierta forma y se debe hacer de determinadas maneras.
Dejo aquí un cuento que ilustra cuán personal y efectiva puede ser la oración, tal como nace del corazón:
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Nos han enseñado que la oración y la alabanza a Dios debe tener cierta forma y se debe hacer de determinadas maneras.
Dejo aquí un cuento que ilustra cuán personal y efectiva puede ser la oración, tal como nace del corazón:
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Un misionero español visitaba una isla, cuando se encontró con tres indígenas aztecas.
— ¿Cómo oráis vosotros? —preguntó el misionero.
— Sólo tenemos una oración —respondió uno de los aztecas—.
Nosotros decimos: «Dios, Tú que eres infinito. Acuérdate de nosotros.»
— Bella oración —dijo el misionero—. Pero no es exactamente la plegaria que Dios escucha.
Os voy a enseñar una mucho mejor.
El misionero les enseñó una oración y prosiguió su camino de evangelización. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a casa, tuvo que pasar de nuevo por la isla. Desde la cubierta, vio a los tres indígenas en la playa, y los llamó por señas.
En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua hacia él.
— ¡hermano¡!hermano¡ —gritó uno de ellos, acercándose al navío—. ¡Enséñanos de nuevo la oración que Dios escucha, porque no conseguimos recordarla!
— No importa —dijo el misionero, viendo el milagro.
Y pidió perdón a Dios por no haber entendido antes que Él hablaba todas las lenguas.
— ¿Cómo oráis vosotros? —preguntó el misionero.
— Sólo tenemos una oración —respondió uno de los aztecas—.
Nosotros decimos: «Dios, Tú que eres infinito. Acuérdate de nosotros.»
— Bella oración —dijo el misionero—. Pero no es exactamente la plegaria que Dios escucha.
Os voy a enseñar una mucho mejor.
El misionero les enseñó una oración y prosiguió su camino de evangelización. Años más tarde, ya en el navío que lo llevaba de regreso a casa, tuvo que pasar de nuevo por la isla. Desde la cubierta, vio a los tres indígenas en la playa, y los llamó por señas.
En ese momento, los tres comenzaron a caminar por el agua hacia él.
— ¡hermano¡!hermano¡ —gritó uno de ellos, acercándose al navío—. ¡Enséñanos de nuevo la oración que Dios escucha, porque no conseguimos recordarla!
— No importa —dijo el misionero, viendo el milagro.
Y pidió perdón a Dios por no haber entendido antes que Él hablaba todas las lenguas.